Un año y un dÃa by Zahara C. Ordóñez & Ángeles Valero
autor:Zahara C. Ordóñez & Ángeles Valero [C. Ordóñez, Zahara & Valero, Ángeles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-07-06T00:00:00+00:00
CapÃtulo 9
Evander
HabÃan pasado diez dÃas desde la caÃda de Inés y ya se habÃa recuperado, asà que decidà sorprenderla con una excursión, porque después de tanto tiempo encerrada su ánimo habÃa caÃdo, a pesar de que traté de mantenerla entretenida, yendo a su dormitorio a leerle cada tarde, y de que lo estuvo también con su manuscrito. Sin embargo, era una de esas personas a las que les gustaba pasear y a las que el encierro les agriaba el carácter.
Por eso, cuando le dije que salÃamos a dar un paseo, dio saltos de alegrÃa.
âTen cuidado, o volverás a herirte el tobillo.
âEstoy estupendamente âdijo haciendo cÃrculos con élâ â. PodrÃa escalar una montaña incluso.
âEs bueno saberlo. Hay que andar un trecho a donde vamos.
â¿Y dónde vamos? âpreguntó entusiasmada.
âA las ruinas de la vieja abadÃa.
Se lanzó a abrazarme, llena de felicidad, y recibà su gesto con cariño, devolviéndoselo al momento.
â¿Voy bien asà vestida?
Se apartó de mà y dio una vuelta sobre sà misma. Llevaba un bonito vestido de lana, azul, y observé el giro de su falda, ensimismado, y el movimiento presto de sus pies.
âSÃ. Aunque deberÃas coger tu capa. En la cima hace frÃo.
Corrió a pedÃrsela a Teresa y al poco estábamos ya a lomos de Neart, alejándonos del castillo. Dejamos atrás los acantilados, el pueblo y nos adentramos en el bosque tomando uno de sus senderos. A medida que ascendÃamos la vegetación se hacÃa menos densa, y los robles y otros árboles empezaban a ser más dispersos. Inés no dejaba de hablar de la hermosura del paisaje, de lo increÃble que se veÃa el mar desde allÃ, cuando la naturaleza permitÃa el paso a la vista, y de lo libre y feliz que se sentÃa. Iba sentada a la grupa, aferrándose a mi cintura con las manos, y solo las soltaba cuando querÃa señalarme algún detalle que habÃa llamado su atención. En el camino, nos cruzamos con algunos aldeanos y pastores, que nos saludaron con gesto amable y una sonrisa.
Llegamos al fin a las ruinas, enclavadas en un repecho de la ladera de la montaña y flanqueadas por un pequeño bosquecillo. De lo que fuera tiempo atrás un gran edificio, restaban los muros en pie casi por completo, en los que grandes arcos de medio punto llenaban las paredes, y las que fueron sus ventanas, un dÃa decoradas por hermosas vidrieras, eran ahora vigÃas por las que el viento se colaba haciendo de las suyas y trayendo silbidos que a ratos parecÃan las voces de los antiguos monjes cistercienses que ocuparon el lugar. Las plantas trepadoras ascendÃan por los muros, casi hasta coronar una de las torres que quedaban en pie, aunque sin tejado alguno, testigo de la que fuera la residencia de los monjes.
Inés, mientras deambulábamos por las ruinas, preguntó con gesto impaciente:
âDijeron que su historia era muy hermosa, ¿me la cuentas?
SonreÃ, mientras caminaba a su lado, sin dejar de mirarla. La cara de asombro que ponÃa con cada pequeño descubrimiento, aunque fuera el más nimio, me encantaba. Ella hallaba
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